12/22/2011

Siempre he preferido quemarlo todo a dejarlo desaparecer, sencillamente. Dentro de tantos pasadizos, cuartos y ventanas en las que uno da tumbos por la vida, podría gritar con seguridad (y con desilusión) que todo lo que está afuera es mentira. No es un pensamiento reconfortante porque adentro sólo hay destrucción, defunción, podredumbre. Soy simple, sólo por el hecho de que permito que me juzgue una moral en la que no creo y justifico mi violación de esa moral con mi humanidad. No existen justificaciones para nada. A veces, no existen ni siquiera motivos. Escupo por escupir y para escupir. Gruño para gruñir y por gruñir. Me enamoro porque se me da la gana y así mismo me desenamoro. Soy cobarde, además, porque quiero violentar las cosas sin romperlas, porque quiero entrar a una habitación por morbo pero como una voyeur. Soy cobarde porque no tengo las palabras, porque nunca las supe, porque estos son símbolos que representan una emoción inabarcable y porque busco una palabra que no existe todavía. Soy ingenua, porque ha menguado mi odio, porque olvido las injurias demasiado pronto, porque queda una semilla de inocencia. Tengo cuidado, a pesar de todo, de no confundir el odio con la inteligencia. El odio, como todo, puede ser también vulgar y descaradamente solemne. La semilla, entre sus dientes, es triturada despiadadamente. Afuera todo es mentira. Y sin embargo quiero dislocarlo todo para que sea mi mentira. Es lo que hacen todos. Esto también es otra justificación, pero es una inevitable.

Mentira el tren, mentira el árbol, mentira la iglesia que queda pasando la calle. Pájaro fanfarrón, gaviota charlatana. Pero ustedes al menos están en el tiempo presente; sin la tortura de la imaginación. ¡Qué libres!

Y yo, que empecé este blog con la intención de decirme sólo la verdad a mí (porque tengo un romance con otra yo, más pequeña), digo que afuera todo es mentira y adentro todo es podredumbre.

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