8/02/2007

Desvarío

¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquél muchacho que llora porque no sabe la invención del
puente
o a aquél muerto que ya no tiene más que la cabeza y un
zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan
[...]
Ciudad sin sueño, Federico García Lorca.

No hay peor insulto que el papel en blanco. Blanco, puro,
doliente, sin manchas que lo hagan único, sin letras que
cambien sus duras dimensiones. Con un hambre de letras
enorme, metálica, estrecha. Con un hueco de hambre tan
monumental que se debería convertir en estatua, o escribir en
récord en donde se cuentan cuantas vacas cometieron
suicidio.
Tan vulgar el hambre, tan común y corriente. Y las palomas
sucias chapoteando en el agua, revolviéndose en la basura.
Haciendo lo que tienen que hacer mientras se levanta el
elemental edificio, que está ahí porque ahí tiene que estar. El
papel sigue estirado en dolor y aun así, sin sangre. Es un dolor
mudo y de lo tan mudo que es duelen los oídos. Así es la
violencia de la ciudad.
La gente usa abrigos como las ovejas lana (éstas son las
auténticas). ¿Los otros? Impostores, pretenciosos,
mentirosos, falsetes, todos. Sólo unas cuantas ovejas que son
víctimas de su estádo de ánimo; que no llaman a preguntar
"¿Cómo estás?" porque, honestamente, no les importa. Es
más, temen al duro caparazón Daliniesco de la langosta
naranja que suelta pitos como llamaradas. Violencia,
violencia. El ruido del teléfono es pura violencia.
Y después, la bala. Pero la bala es hermosa, aerodinámica,
suave, concisa; y además va directo al punto. La bala no reza
ni se lamenta, no es pretenciosa. La bala quiere matar y eso es
precisamente lo que hace. No se pone a explicar sus ideales,
no intenta convertir al cristianismo, no hondea una bandera
roja: no tiene boca infecciosa, ni lengua mentirosa. Es
honesta, dolorosa pero honesta. Y en el último minuto, revela
-veloz, fugaz como la vida- destellos de eternidad. Los ideales
duran más que los hombres.
El tiempo, medida de peso insuperable, reduce nuestras
pretensiones a algo menos que el polvo. Por suerte llegamos
hasta aquí, no por destino. El "quizás" resume nuestra
existencia indecisa y nuestro sino impredecible. Léase este
texto como un desvarío refutable, no como un axioma o
una tesis. (En este instante la bala -falaz también- atraviesa
el inocente papel en blanco, se desgarra en un grito como
una tela y de su punta cuelgan vivas gotas de clavel.)