8/23/2004

Libertad

La libertad aparece como un símbolo dorado. Al escapar de la cárcel no la encontramos, quizá la idealizamos y ahora nos resignamos. El tiempo, medida de peso insuperable, destruye nuestra pena y nosotros creemos otra vez en la vida. Pero la libertad ha de ser eterna, y nosotros, víctimas del tiempo, no alcanzamos a agarrarla con la mano, nos caemos siempre. Tal vez el fango espeso de la muerte signifique libertad.

8/18/2004

La belleza

No tengo nada en mi cabeza. Para qué mentir, nada que decir. Rara vez sentí algo positivo, siempre abundaron las sombras. Miento, alguna vez fui feliz. Pero la belleza es tan personal que es imposible describirla, explicarla a otros. La confundirán, como siempre, con la cursilería. Además no tengo el encanto ni el talento para hacerla sentir. La pierdo, como una moneda en el desierto.

El Horror

Cuando era más joven, cualquier ruido en la noche podía hacerme desmarañar la peluca rara que es mi imaginación. Imaginaba a un estereotipo de diablo, en la oscuridad, saliendo del pasillo del fondo. Temblaba, sudaba. Me fascinó Rasputín desde que mi profesor de historia, con mirada sombría, nos habló de él. Soy joven. Temo a los fantasmas y cosas así. A las cabezas rotas, a las desfiguraciones, a los fetos, a las pistolas, al vómito, a las violaciones, al peligro, al dolor.

La felicidad tiene tantas caras, pero el horror es siempre el mismo para todos. Parece que debajo de la razón inventada, de la democracía Griega, de los filósofos, de Jesús o Buda hay una razón verosímil, una pista de la existencia de Dios.

Prejuicio

La naturaleza del prejuicio. De los conceptos mejor guardados y perfeccionados por el hombre. Tanto que debería haber escuela del prejuicio; curso uno: De como irritarse fácilmente. Curso dos: Del racismo absolutista. Curso tres: Rechazo a personas sin dientes, cojas o tuertas. Curso cuatro: Teoría para aniquilar la conciencia. Curso cinco: De cómo disfrazar sus prejuicios con misantropía.

La palabra misantropía es nueva para mí. Apenas obvio: Querer darle nombre a mis fracasos, a los atracos, a las guerras y violaciones. Culpar a los hombres y es que ¿A quién más? Pero, pienso yo, el misántropo ha de saber que sus dardos infectados de prejuicios deben, primero que todo o nada, ir dirigidos hacia el espejo.