5/18/2005

Ayer

Ah, el final del semestre. Por fin. Ayer Javier y yo salimos de la "fiesta" que le hicieron a la profesora, para la cual las Dominicanas pidieron a cada uno cinco dólares. Y supongo yo que los habrán gastado en teñirse el pelo. La comida no fue memorable. La música tampoco. Nada fue memorable. Dulce me abrazo y me dijo: "J, mi geniecilla, mi doctora". Si supiera el miedo que le tengo a todo, si supiera también que no tengo ideas con mordiscos, ni un plan concreto.

Salimos del edificio triangular Javier y yo: él sin un plan y yo con ganas de callejear. Cho se quedó atrás, terminando todo el trabajo acumulado. Nos fuimos, entonces, rumbo a Times Square a ver una película. El Subway, como cualquier tren en Nueva York, suciamente melancólico y bañado en lagrimas. Llegamos. Salimos. Nos reciben las luces y el espectáculo, la masa gorda de abrigos negros y huesos largos.

No fuimos a ver película. No me apeteció ninguna. No me apeteció la idea de no hablar por dos horas. Decidimos andar hasta la calle Koreana, por allá en la treinta dos. Korea, Korea, Korea. El paraíso terrenal. Tomamos dos cervezas cada uno--miento, miento, le di un poco de la mía a Javier--y hablamos de todo. Me divertí, pero eso suena tan banal. Esto si fue memorable.

Javier confiesa que le gusta estar aburrido. En fin, por haber dicho eso se merece una paliza. A mi se me ocurre que como es posible que una ciudad tan fea sea tan famosa. Llegamos a una tienda de camisetas. Abundan las de "I Love New York". Le digo a Javier: "Todos amamos a Nueva York. Ahora mismo la estamos odiando, pero si estuvieramos lejos de aquí la extrañariamos." Dice él que no se extrañaría la ciudad en si, sino otras cosas. Opino igual. Y amo a Nueva York.