Es cierto eso de que lo que deseas se hace verdad. Digo, en cierta medida. Puedo haber deseado estar muerta millones de veces y acá sigo, a menos que la muerte sea una continuación perpetua de la detestable rutina. Conocí hijos e hijas de puta de todos los colores que inspiraron en mí el deseo de estar absoluta y completamente sola y en ese entonces me quejaba de lo caótica que era mi vida y llegué a tener bajones bárbaros. No hay glamour en nada de eso, reitero. Imagino que en ese entonces pedía orden y estabilidad como quien pide un periódico de Radiohead en Union Square: con lágrimas, puños, revolcándome en el suelo como una babosa cuando le echan sal. ¿Y ahora? Tedio.
Después de una miríada de tragicomedias mal llevadas, del sube-baja emocional, del mete-saca sexual, del tira-jala del poder y en general, después de cagarla y de que me caguen, me doy cuenta de que la estabilidad tampoco es lo mío.
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