América vive infectada de un espirítu capitalista que abarca cada una de sus extremidades. Es un país que vive una dualidad: El idealismo y la realidad, o la hipocresía. Se divide entre la revolución y la moda para los liberales falsos, y entre la conveniencia y el odio para los conservadores falsos. Las escuelas se llenan de proyectos de activistas que usan, flamantemente, la camiseta del Che Guevara con unos pantalones Gap. Vaya epifanía: país de ignorantes literales, de indiferentes a propósito, de egoístas increibles. No se es racista porque ser racista es considerado malo. Se es, entonces, hipócrita, que es más ambiguo e indefinible.
En América tuve, efectivamente, mi primera epifanía:
Un frente de pendejos crece y se levanta cada día, en cada país, como el inconcebible ejército patriota e idiota que cada dictador quisiera tener a su disposición. El mundo ha sido así siempre, siempre lo será. Los intelectuales, son entonces, la única salvación para aquellos que buscan ser salvados. Pero ojo, no los intelectuales como Rousseau, por ejemplo, que apelan alegremente a los sentimientos y a los impulsos. Los impulsos son hipócritas; el amor es, por naturaleza, falso y el instinto es terriblemente manipulable, al punto de llevar a los humanos de un extremo al otro. La moderación y el balance es cien veces preferible pero cien veces menos probable.
Y América es la gran puta que abraza fervientemente la palabra libertad. Y la repite en cada comercial de Mc Donalds hasta el cansancio. No, no hay solución, y al decir esto se sabrá que no estoy siendo radical. Son los hechos, sólo los hechos. La revolución será inútil, como todas las revoluciones. La insurrección, una pérdida de tiempo. La verdadera rebeldía debe ser escrita o pintada. No para liberar a las masas o para movilizarlas sino para conmover al individual. Para que piense por si mismo. Para nada más.
11/10/2004
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